Su piel era blanca, como las cumbres nevadas de Granada; los ojos, verdes como la vega; en sus labios estaba el granate frutal del castillo rojo. No, no había mujer mora o cristiana que encarnara de mejor manera la ciudad del suspiro nazarí. Alba, la cristiana que enamoró al sultán, y puso en peligro fatal el reino musulmán, llegó como cautiva con diecisiete años recién cumplidos. Convertida al islam, fue bautizada como Nur por intervención del propio sultán, quien le regaló un velo celeste ya que, según él, en su cuerpo sólo faltaba el azul raso del intenso cielo granadino. Sigue leyendo